Cuándo termina la Bienal: los pintores oscuros

Hay que doblar el cuello para poder observar las obras. En noventa grados. Hay que sostener la cabeza, estirar los párpados, aligerar la espalda, preparar el espíritu… Tenemos que situarnos para digerir todos estos cuerpos y Cristos enrevesados, revueltos, retorcidos, pintados con paletas oscuras, lucidos con poquísima luz, encastrados en celdas de madera tenebrosa y barroca: Cristos y dioses de pieles pálidas, ubicados en las celdas del dolor, últimas estaciones antes de la muerte. Señalan la “Scuola degli impiccati” (La Escuela de los ahorcados), a diez metros del teatro La Fenice, dentro del Ateneo Veneto. Aquí, durante los siglos XVI y XVII, los condenados a muerte, a la horca, recibían su último rezo por parte de las cofradías fusionadas de San Girolamo y Santa Maria della Consolazione. Quizás por eso la oscuridad es, en esta sala, tan penetrante. Las pinturas, ubicadas en el techo, acopladas a celdas de maderas doradas y tenebrosas, dan cuenta del Purgatorio, o de ciertos estados de expiación.

Inmediatamente por encima de los pesados mármoles de vetas verdes y rosadas que estructuran los muros, rodean la habitación la crucifixión, el nacimiento, la resurrección: las escenas de la Pasión de Cristo. En la pared izquierda, dos lienzos de 1670 representan las parábolas del regreso del hijo pródigo y la del buen samaritano, de Antonio Zanchi. Las obras indican la senda de los pecadores arrepentidos. 

Quizás la causa de todo sea el uso del aceite, pienso. Estas pinturas pueden ser especialmente oscuras porque en ellas se utilizó aceite cocido mezclado con otros componentes, pero en proporciones equivocadas. Con el paso de los siglos, los óleos fusionados de esta manera ennegrecen.

A ras del suelo y en medio de la sala, los trabajos que Walton Ford (Larchmont, 1960) realizó en 2023 dejan ver a un león dorado pintado sobre papel, un león que, entre estas pinturas y aún en tinieblas, pierde algo de su fuerza. 

Doblo nuevamente la cabeza hacia arriba. Quiebro el cuello. Todo es penumbra en esta sala del Ateneo, y casi, casi, se escuchan los pasos, las cadenas, los rezos, los llantos, los gritos... De un lado está este león fulgente, pintado con acrílicos y óleos el año pasado. Del otro, un pasadizo de muertos y bendiciones de Tintoretto, Veronese, Palma il Giovane, Alessandro Vittoria… Todos señalan las catástrofes del prójimo, los párpados. Un estado nocturno. El borde del gesto.